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Rosy del C - Bailarina de pole-dance y artista circense

Actualizado: 8 nov 2024


Rosy y yo nos conocimos suspendidos en el aire. Fue hace unos años, en una clase de telas aéreas en una escuela de circo de Anderlecht donde ella daba clases. Después, el destino quiso que nos cruzáramos varias veces a la sombra de un semáforo o en las fiestas queer de la ciudad. 


Hace unas semanas, nos sentamos en el estudio Jezebel, uno de sus espacios creativos, para repasar su carrera. Fue un encuentro alegre, desbordando de buen humor, en el que hablamos de su trayectoria vital de Caracas a Bruselas, de la importancia de reivindicar el espacio público como artista, del protagonismo de América Latina en el mundo del circo y del poder transformador del arte.    


En Molenbeek, Rosy me abre las puertas de un lugar mágico. Entre pelucas y pares de tacones en latex, me recibe en el Jezebel studio, el único estudio de pole dance de habla neerlandesa de Bruselas. Lleva unos meses dando clases allí y me cuenta que aquí realmente siente que ha encontrado a su crew, un equipo que comparte su lenguaje y su visión artística. Y un espacio para crear: «Aqui tengo un lugar para crear, investigar. Aprendo un montón, experimento muchas cosas divertidas. Estar en un lugar tan queer da a mis actuaciones un nuevo nivel en el mensaje y un sentido de lucha. Se trata, a través de la improvisación, de reivindicar cosas, sobre nuestros cuerpos». Pero también de encontrar su voz, su personaje, su clown incorporando nuevos elementos, con el sazón de Rosy, a la práctica del pole-dance, marcadores del mundo del circo o incluso del break-dance.


La tradición circense en América Latina


Rosy comenzó su carrera artística en la escena teatral de Caracas. Allí estudió teatro y formó dúo con un payaso de la Compania de Circo de Venezuela. Después pasó unos meses en Argentina, donde redescubrió la práctica del circo desde un ángulo diferente. América Latina siempre ha sido un terreno creativo muy fuerte para los artistas circenses. La escuela de circo de Bruselas rebosa de talentos procedentes de este continente. Según Rosy, «hay una tradición muy fuerte en Chile y Argentina. Hay muchos lugares donde crear y experimentar. Todo el mundo practica constantemente, lo que provoca una emulación y un intercambio de información entre artistas».


Una práctica que está saliendo de los galpones, de las carpas y las escuelas para apoderarse del espacio público. En las megalópolis latinoamericanas, los artistas de circo practican en los semáforos. Rosy empezó a hacerlo en Caracas, con un malabarista argentino. «En América Latina, hacer malabares en los semáforos es muy normal. Culturalmente, no hay ningún estigma, la gente no tiene prejuicio. Es una forma de generar ingresos extra mientras practicas tu disciplina». Una práctica que empieza a aparecer en los bulevares de Bruselas, un movimiento en el que participa Rosy. «Cada vez somos más, pero la gran mayoría siguen siendo latinos. Somos más en verano, cuando los artistas latinoamericanos vienen a Europa de paseo y quieren ganar algo de dinero para continuar su viaje». Estos encuentros le han deparado muchas sorpresas. «He tenido grupos de fiesteros que me han dado 50 euros, ¡o incluso un iPhone! A menudo es muy divertido, pero hay que hacer espectáculos de calle cuando uno se siente bien emocionalmente».


Una práctica artística en contacto directo con la gente 


La práctica de su arte le permite generar un contacto directo con la gente, un verdadero hilo conductor en su carrera. «En Venezuela, solía actuar en el metro. Al final, ¡me sabía todas las lineas de memoria!» Con otra compañía, montó un espectáculo teatral en las casas de un barrio popular de Caracas. «Creamos todo un circuito, de casa en casa. Toda la comunidad participaba en el equipo de producción. A veces había que negociar con las bandas urbanas que controlan estos barrios. Al final, se implicaron tanto que nos prestaron sus motos y jeeps para instalar nuestro equipo en estos barrios de los cerros de Caracas». Una experiencia creativa en la que el arte tiene un verdadero poder transformador. «El contacto fue muy enriquecedor, actuabamos para niños que nunca habían salido del barrio». Es esta búsqueda de sentido en su práctica la que sigue queriendo tejer en Bruselas, por ejemplo implicándose en el Zinneke Parade.


Rosy llegó a Bruselas en 2015. Un poco por casualidad, un poco a la fuerza. Entonces vivía en Brasil y luego pasó un tiempo en Bruselas. Un accidente la obligó a quedarse inmovilizada. «No tenía intención de quedarme y entonces el destino, literal, no me podía mover. No tenía otra opción. Entonces, un buen día, tuve acceso a la mutuelle y eso fue lo que me convenció para quedarme», dice muerta de la risa. Tras nueve años fuera de Venezuela, sigue apegada a sus raíces. «Toda mi familia sigue allí. Intento ir pero no es facil. Hace unos años fui a la frontera con Brasil con un proyecto de la ONG Payasos sin Fronteras. Queria ir en febrero con unos amigos que tienen proyectos de circo social, pero ahora todo se ha acabado, todo el mundo está esperando a ver si llega la ayuda. Es una situación super complicada que cansa un montón, es la cruz y la bandera para poder desarrollar proyectos artísticos en el país. Hay un momento que no puedes más».


Sus planes para el futuro 


Sin embargo, Rosy tiene planes para el futuro. Proyectos en la encrucijada de varias prácticas artísticas, donde las fronteras se difuminan. «En la práctica contemporánea, todo se mezcla. No me gustan las cosas limpias; las técnicas están hechas para ser adquiridas y luego deconstruidas». También le gustaría sacar la pole dance del mundo adulto y del contexto erótico. Actualmente está trabajando en un espectáculo de pole dance, «Flexstory», para toda la familia. «Estoy creando un espectáculo de calle, desde cero. Con la pole dance, a menudo me han metido en un cajón, el de los shows para adultos. O la gente no sabe lo que es. Un día incluso me preguntaron cómo podía bailar en una piscina (pool-dance)», cuenta riendo a carcajadas.


Un espectáculo de calle que mezclara todas sus influencias, pole dance con acentos de break dance, hasta las máscaras y los ejercicios de equilibrio. Y que fuera accesible a los niños, para romper los estereotipos generalmente asociados a esta disciplina. Hablando de niños, empiezan a llegar sus alumnos para la clase de principiantes, «¡bebés del pole!» Antes de concluir la entrevista, le pregunto qué objeto, símbolo de su hogar, deseó traer. Rosy saca de entre sus pertenencias una perinola. El símbolo sensorial de una infancia en Venezuela, el sonido de un juguete que la retrotrae al patio del colegio y a la extravagancia que aún la caracteriza: «Yo tenía uno, parecía hecho de hielo, de plástico transparente súper bling-bling». Para nosotros, por desgracia, es el final del recreo, y Rosy tiene que dar la bienvenida a sus alumnos. Con el buen humor, la creatividad y la amabilidad que la caracterizan.


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